Aprendiendo de los esfuerzos de ayuda del CCM después del huracán Mitch

[Articulos individuales de la edicion de Intersecciones de Invierno 2020 se publican dos veces blog cada semana. La edicion completa puede ser encontrada en MCC’s website.]

El CCM se esfuerza por compartir el amor y compasión de Dios por todas las personas a través de la ayuda, desarrollo y paz. Comprometido a fortalecer y apoyar a las iglesias locales y las organizaciones de base comunitaria, el CCM se ha enfocado, desde su inicio, en la importancia de la construcción de relaciones en sus respuestas de ayuda, incluyendo el fomento de relaciones de mutualidad con las iglesias locales. Eso fue cierto hace cien años cuando el CCM respondió a la hambruna en la década de 1920 en el sur de Rusia (actual Ucrania) y fue cierto 78 años más tarde cuando el CCM se movilizó para acompañar a las iglesias y otras organizaciones centroamericanas mientras ministraban a personas cuyas vidas habían sido trastornadas por el huracán Mitch. En este artículo reflexiono sobre lo que el CCM aprendió de la respuesta al huracán Mitch de 1998.

Antes del huracán, los países de Honduras, Guatemala y Nicaragua estaban afectados por condiciones socioeconómicas que aumentaron la vulnerabilidad de muchas personas en estos países a los peligros naturales como los huracanes: cuando el huracán Mitch golpeó, la devastación que causó se vio agravada por estas vulnerabilidades preexistentes.

El huracán Mitch fue la tormenta más fuerte de la temporada de huracanes del Atlántico de 1998, formándose el 22 de octubre y luego convirtiéndose en un huracán de categoría 5. Después de ser degradado a tormenta tropical, Mitch golpeó Honduras, Nicaragua y Guatemala. Según datos de las Naciones Unidas, estos países se encuentran entre los más vulnerables del mundo a las inundaciones y huracanes. Mitch abrió un camino de destrucción en estos tres países, desgarrando comunidades enteras. En Honduras, datos oficiales estiman que más de 5.600 personas murieron y 6.000 desaparecieron, quienes luego fueron declaradas como fallecidas. Mientras tanto, los economistas valoran el daño monetario del huracán en alrededor de US $ 6 mil millones.

Al reflexionar sobre la respuesta del CCM al huracán Mitch, podemos pensar en un antes y un después. Antes del huracán, los países de Honduras, Guatemala y Nicaragua estaban marcados por condiciones socioeconómicas que aumentaron la vulnerabilidad de muchas personas en estos países a los peligros naturales como los huracanes: cuando el huracán Mitch golpeó, la devastación que causó se vio agravada por estas vulnerabilidades preexistentes. Para el CCM y sus organizaciones asociadas, después del huracán significó movilizar a las comunidades para reconstruir la infraestructura, recuperarse del trauma y descubrir nuevas formas de vivir con el medio ambiente que disminuyan la vulnerabilidad de la comunidad a los peligros naturales como los huracanes. Desafortunadamente, veintidós años después del huracán Mitch, persisten muchos de los factores que hacen que las comunidades en Centroamérica sean vulnerables al impacto destructivo de los huracanes, incluyendo sistemas de tenencia de la tierra que privan de derechos a los pequeños agricultores. La juventud menor de 21 años carece de recuerdos de Mitch: en términos más generales, se podría argumentar que las sociedades centroamericanas han olvidado el daño inimaginable que pueden hacer los huracanes como Mitch al no aprender las lecciones de Mitch.

Los paquetes de ayuda del CCM se distribuyeron en Honduras después de que el huracán Mitch azotara América Central a fines de octubre de 1998. El nombre de la destinataria no está disponible. (Foto del CCM / Marlisa Yoder- Bontrager).

Cuando el huracán Mitch tocó tierra, yo vivía y trabajaba en SEMILLA, el Seminario Anabautista Latinoamericano en Guatemala, codirigiendo CASAS, el programa de intercambio cultural y lingüístico del seminario. Recibimos pocas advertencias sobre la llegada del huracán, y las personas que vivían en comunidades remotas recibieron aún menos, ya que no se contaba con un sistema de alerta temprana en ese momento para los huracanes. [Una lección de Mitch fue la necesidad de invertir recursos institucionales y presupuestarios en sistemas de alerta temprana y preparación ante desastres]. Escuché sobre Mitch gracias a un pariente que asistió a una conferencia en el Lago Atitlán en Guatemala, y me llamó tarde una noche para ver si podía ayudarlo a conseguir un vuelo a Honduras, explicando que un poderoso huracán de categoría 5 pronto descendería sobre Honduras. Afortunadamente, mi pariente pudo volar a San Pedro Sula en uno de los últimos vuelos permitidos para aterrizar en Honduras. Una vez que llegaron las lluvias del huracán, el aeropuerto de la ciudad se inundó, con agua hasta el segundo piso de los edificios del aeropuerto. La franja de destrucción del huracán no se limitó al aeropuerto: las lluvias inundaron prácticamente todo el país, incluyendo las comunidades con iglesias Menonitas, destruyendo gran parte de la infraestructura del país.

Aunque vivía en Guatemala cuando Mitch tocó tierra, anteriormente había trabajado en Honduras, mi país de origen. Específicamente, coordiné las respuestas de ayuda de emergencia para el Proyecto MAMA de la Iglesia Menonita de Honduras. En respuesta a las inundaciones en regiones hondureñas como Colonia 6 de Mayo, Chamelecón, Las Cuarenta, Guaimitas y Santa Rita, donde el Proyecto MAMA llevó a cabo iniciativas educativas en colaboración con numerosas iglesias Menonitas, apoyamos congregaciones y comunidades a ayudar a las familias desplazadas por estas inundaciones a reubicarse a otras comunidades, con iglesias Menonitas albergando a familias desplazadas y ofreciendo consuelo y distribuyendo alimentos y artículos de ayuda no alimentarios donados por el CCM. Dada esta experiencia previa en el trabajo de ayuda, me uní a la respuesta de emergencia al huracán Mitch del CCM en Guatemala, dirigida por Scott y Rhoda Jantzi, representantes del CCM en el país en ese momento. Nuestro comité buscó discernir cuál era la mejor manera de emparejar las necesidades de las comunidades guatemaltecas marginadas con el flujo de donaciones de Menonitas en Canadá y Estados Unidos y el deseo de parte de estas iglesias de ayudar de manera práctica.

Desde el huracán Mitch, las iglesias Anabautistas en América Central tienen un mayor compromiso para desarrollar respuestas proactivas a las emergencias y crear comités locales de emergencia que se preparan para tales desastres.

En el transcurso de los próximos meses y años, el CCM y sus organizaciones asociadas guatemaltecas distribuyeron alimentos, colchas y agua y ofrecieron atención médica y albergue de emergencia. Esta primera etapa de emergencia dio paso a la reconstrucción, incluyendo la construcción y reconstrucción de viviendas en la ciudad de Guatemala y Chiquimula y discernir con las comunidades cómo sería la rehabilitación de la vida económica y comunitaria a largo plazo. Los programas del CCM en América Central también dieron la bienvenida a los equipos de trabajo y aprendizaje de EE. UU. y Canadá, que se unieron a las comunidades locales en el trabajo de reconstrucción: mi esposa, Lizette y yo nos unimos a uno de estos equipos de trabajo y aprendizaje en la comunidad de Sabillón Cruz en Chamelecón, Honduras.

La respuesta del CCM al huracán Mitch incluyó elementos inmediatos y de más largo plazo. En el periodo inmediatamente posterior a Mitch, muchas familias no tuvieron alimentos durante muchos días debido a la pérdida de sus cultivos y reservas de alimentos y debido a la dificultad para acceder a los mercados (y para que los alimentos llegaran a los mercados). Durante las siguientes semanas y meses, las enfermedades se extendieron por las comunidades devastadas por el huracán, debido a la contaminación del agua y alimentos en mal estado. A más largo plazo, las familias y comunidades se enfrentaron a la necesidad de reconstruir sus vidas, incluso cuando lloraban la pérdida de sus seres queridos y enfrentaban síntomas de estrés postraumático que no siempre se diagnosticaron como tales. El CCM se unió a sus organizaciones asociadas para buscar responder a estas necesidades multifacéticas.

¿Qué aprendió el CCM y sus organizaciones asociadas, incluyendo las iglesias Menonitas centroamericanas, de la respuesta al huracán Mitch? Los recuerdos del pastor menonita hondureño Oscar Dueñas señalan algunas lecciones clave:

Estaba en mi último año como pastor en la Iglesia Menonita Central en San Pedro Sula, cuando el huracán Mitch azotó Honduras. Inmediatamente comenzamos a involucrarnos en el trabajo de ayuda, contactando y brindando ayuda a las comunidades con iglesias Menonitas y a las comunidades cercanas para identificar las necesidades de emergencia y hacer planes para responder a ellas…

Fui contratado por CASM (Comisión Menonita de Acción Social) como la persona encargada de organizar la distribución de la ayuda material que CASM había recibido del CCM y de los artículos de ayuda que CASM había comprado usando fondos del CCM y otras fuentes. Gestionamos, planificamos y coordinamos la distribución de ayuda humanitaria— primero en respuesta a las necesidades inmediatas, y luego como parte de proyectos de alimentos-por-trabajo en los que las personas beneficiarias ayudaron con la reconstrucción de viviendas individuales y con iniciativas comunitarias de limpieza y rehabilitación. Aprendimos de esta respuesta la importancia de la solidaridad, planificación y coordinación con las comunidades locales.

A lo largo de la respuesta, también sentimos el respaldo de muchas organizaciones externas como CCM, con apoyo para responder a las necesidades prioritarias de las personas. Si bien apreciamos la donación de ayuda material y dinero para la compra local de ayuda humanitaria, acogimos aún con más aprecio a los equipos de trabajo-y-aprendizaje no solo de los EE. UU. y Canadá, sino también de Belice, Guatemala, Costa Rica y Colombia: estos equipos de trabajo-y-aprendizaje que nos acompañaron en el proceso de reconstrucción nos mostraron que no estábamos solos.

El CCM comenzó con una respuesta de emergencia en el sur de Rusia a principios de la década de 1920 que trabajó con los Menonitas para satisfacer las necesidades básicas, no solo de los Menonitas sino también de otros que enfrentaban la hambruna. Setenta y ocho años después, el CCM se unió a las iglesias Menonitas y Hermanos en Cristo y otras organizaciones asociadas en Centroamérica para ayudar a las víctimas del huracán Mitch, tanto a los miembros de las iglesias Anabautistas como a otras personas. Las organizaciones asociadas del CCM incluyeron la Iglesia Menonita de Honduras y su proyecto Proyecto MAMA (hoy ACEM), CASM, Amor Viviente Choluteca, CADE, PRODEM, ADP y la iglesia Hermanos en Cristo. Mientras tanto, el CCM organizó más de 75 equipos de trabajo-y-aprendizaje de Canadá y Estados Unidos que fueron a Honduras y Nicaragua para acompañar a las comunidades en el esfuerzo de reconstrucción.

Delsia Florez recibió un paquete de ayuda del CCM después de que el huracán Mitch azotara Nicaragua y Honduras a fines de octubre de 1998. Florez es fotografiada en su casa en San Jerónimo, Nicaragua en 1999, con sus hijos (desde la izquierda) Preling Enriques, Noremi Enriques y Felixito Enriques (de pie). El CCM distribuyó paquetes de ayuda y alimentos a las víctimas del huracán. (Foto del CCM /Tony Siemens).

A medida que su trabajo disminuía, el CCM encargó una evaluación de su respuesta al huracán Mitch y destacó varias lecciones.

Primero, el CCM aprendió que el huracán Mitch no fue simplemente un desastre “natural”, sino que de hecho fue un desastre social y económico. “El impacto en las personas de este desastre natural dependió mucho de la condición social y económica en la que vivían”, indicó el informe de evaluación, explicando que la conjunción de las amenazas naturales y la vulnerabilidad social y económica agravaban los riesgos que enfrentaban las comunidades. El CCM aprendió la importancia de trabajar con iglesias y organizaciones comunitarias en el desarrollo de planes de preparación para desastres.

En segundo lugar, aprendimos que si bien el CCM en sí no está equipado para ser una organización de primera respuesta, las iglesias y otras organizaciones locales pueden estar bien posicionadas para proporcionar asistencia inmediata, dado su conocimiento de los contextos de la comunidad local. El compromiso de trabajar a través de la asociación, mientras tanto, subrayó la importancia de apoyar a estas organizaciones locales en el desarrollo de planes de preparación para desastres.

Finalmente, la respuesta al huracán Mitch destacó un nuevo papel para las iglesias en la respuesta de emergencia. “Ahora más que nunca, la Iglesia en general y las organizaciones de base específicamente cristianas son vistas como actores del cambio social”, observó el informe de evaluación. Desde el huracán Mitch, las iglesias anabautistas en América Central tienen un mayor compromiso para desarrollar respuestas proactivas a emergencias y crear comités locales de emergencia que se preparan para tales desastres.

César Eduardo Flores Ventura es Director de Área del CCM para Centroamérica y Haití.



Barrios, Roberto E. Governing Affect: Neoliberalism and Disaster Reconstruction. Lincoln, NE: University of Nebraska Press, 2017.

Ensor, Marisa O. The Legacy of Hurricane Mitch: Lessons from Post-Disaster Reconstruction in Honduras. Tucson, AZ: University of Arizona Press, 2009.

Learning from MCC’s relief efforts after Hurricane Mitch

[Individual articles from the Winter 2020 issue of Intersections will be posted on this blog each week. The full issue can be found on MCC’s website.]

MCC strives to share God’s love and compassion for all through relief, development and peace. Committed to strengthening and supporting local churches and community-based organizations, MCC has focused since its inception on the importance of relationship-building in its relief responses, including fostering relationships of mutuality with local churches. That was true one hundred years ago as MCC responded to famine in the 1920s in southern Russia (present-day Ukraine) and it was true 78 years later as MCC mobilized to accompany Central American churches and other organizations as they ministered to people whose lives had been upended by Hurricane Mitch. In this article I reflect on what MCC learned from the 1998 Hurricane Mitch response.

Hurricane Mitch was the strongest storm of the 1998 Atlantic hurricane season, forming on October 22 and then becoming a category 5 hurricane. After being downgraded to a tropical storm, Mitch hit Honduras, Nicaragua and Guatemala. According to United Nations data, these countries are among the most vulnerable in the world to floods and hurricanes. Mitch carved out a path of destruction in these three countries, tearing through entire communities. In Honduras, officials estimate that over 5,600 people died and 6,000 disappeared who were later declared dead. Economists, meanwhile, assess the hurricane’s monetary damage at around US$6 billion.

Before the hurricane, the countries of Honduras, Guatemala and Nicaragua were marred by socioeconomic conditions that increased the vulnerability of many in these countries to natural hazards like hurricanes: when Hurricane Mitch hit, the devastation it wreaked was exacerbated by these pre-existing vulnerabilities.

In reflecting back on MCC’s response to Hurricane Mitch, we can think about a before and an after. Before the hurricane, the countries of Honduras, Guatemala and Nicaragua were marked by socioeconomic conditions that increased the vulnerability of many in these countries to natural hazards like hurricanes: when Hurricane Mitch hit, the devastation it wreaked was exacerbated by these pre-existing vulnerabilities. For MCC and its partners, after the hurricane meant mobilizing communities to rebuild infrastructure, recover from trauma and discover new ways to live with the environment that decrease community vulnerability to natural hazards like hurricanes. Unfortunately, twenty-two years after Hurricane Mitch, many of the factors that make communities in Central American vulnerable to the destructive impact of hurricanes persist, including land tenure systems that disenfranchise small farmers. Young people under the age of 21 lack memories of Mitch: more broadly, one could argue that Central American societies have forgotten the unimaginable damage hurricanes like Mitch can do, failing to learn the lessons from Mitch.

MCC relief kits were distributed in Honduras after Hurricane Mitch struck Central America in late October 1998. Name of recipient is not available. (MCC photo/Marlisa Yoder-Bontrager)

When Hurricane Mitch made landfall, I was living at and working with SEMILLA, the Latin American Anabaptist seminary in Guatemala, codirecting the seminary’s CASAS language and cultural exchange program. We received little warning about the hurricane’s arrival, and people living in remote communities received even less, with no early warning system in place at that time for hurricanes. [One lesson from Mitch was the need to invest institutional and budgetary resources into early warning systems and disaster preparedness.] I heard about Mitch thanks to a relative attending a conference at Lake Atitlan in Guatemala, who called me late one evening, asking if I could get him on a flight to Honduras, explaining that a powerful category 5 hurricane would soon descend on Honduras. Fortunately, my relative was able to fly into San Pedro Sula on one of the last flights allowed to land in Honduras. Once the hurricane’s rains arrived, the city’s airport was flooded, with water up to the second floor of the airport’s buildings. The hurricane’s swath of destruction was not limited to the airport: rains flooded practically the entire country, including communities with Mennonite churches, destroying much of the country’s infrastructure.

While I was based in Guatemala when Mitch made landfall, I had previously worked in Honduras, my home country. Specifically, I coordinated emergency relief responses for Proyecto MAMA of the Honduran Mennonite Church. In response to floods in Honduran regions such as Colonia 6 de Mayo, Chamelecon, Las Cuarenta, Guaimitas and Santa Rita, where Proyecto MAMA carried out educational initiatives in collaboration with numerous Mennonite churches, we supported congregations and communities in helping families displaced by these floods relocate to other communities, with Mennonite churches hosting displaced families and offering comfort and distributing food and non-food relief items donated by MCC. Given this previous relief work experience, I joined MCC’s Mitch emergency response in Guatemala, led by Scott and Rhoda Jantzi, MCC’s representatives in the country at the time. Our committee sought to discern how best to match the needs of marginalized Guatemalan communities with the outpouring of donations from Mennonites in Canada and the United States and the desire on the part of these churches to help in practical ways.

Since Hurricane Mitch, Anabaptist churches in Central America have greater commitment to developing proactive responses to emergencies and creating local emergency committees that prepare for such disasters.

Over the course of the coming months and years, MCC and its Guatemalan partners distributed food, blankets and water and offered medical care and emergency shelter. This first emergency stage then gave way to reconstruction, including building and rebuilding homes in Guatemala City and Chiuimila and discerning with communities what the rehabilitation of economic and community life would look like in the long term. MCC programs in Central America also welcomed work-and-learn teams from the U.S. and Canada, which joined local communities in reconstruction work: my wife, Lizette, and I joined one of these work-and-learn teams in the Sabillon Cruz community in Chamelecon, Honduras.

MCC’s Hurricane Mitch response included immediate and longer-term elements. In the immediate aftermath of Mitch, many families did not have food for many days due to the loss of their crops and food stores reserves and because of difficulty in accessing markets (and in food getting to markets). Over the ensuing weeks and months, illness spread across the hurricane-ravaged communities, thanks to water pollution and spoiled food. In the longer-term, families and communities were confronted with the need to rebuild their lives, even as they mourned the loss of loved ones and coped with post-traumatic stress symptoms that were not always diagnosed as such. MCC joined its partners in seeking to respond to these multi-faceted needs.

What did MCC and its partners, including Central American Mennonite churches, learn from the Hurricane Mitch response? Honduran Mennonite pastor Oscar Dueñas’ recollections point to some key lessons:

I was in my last year as a pastor in the Central Mennonite Church in San Pedro Sula, when Hurricane Mitch hit Honduras. We immediately began to get involved in relief work, contacting and providing help to communities with Mennonite churches and to nearby communities to identify emergency needs and make plans for responding to them…

I was hired by CASM (Mennonite Social Action Commission) as the person in charge of organizing the distribution of the material aid CASM had received from MCC and of relief items that CASM had purchased using funds from MCC and other sources. We managed, planned and coordinated the distribution of humanitarian aid— first in response to immediate needs, and then as part of food-for-work projects in which recipients assisted with individual home reconstruction and with communal cleaning and rehabilitation initiatives. We learned from this response how important solidarity, planning and coordination with local communities are.

Throughout the response, we also felt the support of external organizations like MCC, support to respond to people’s priority needs. While we appreciated the donation of material aid and of money for local purchase of humanitarian aid, we even more welcomed work-and- learn teams not only from the U.S. and Canada but also from Belize, Guatemala, Costa Rica and Colombia: these work-and-learn teams that accompanied us in the reconstruction process showed us that we were not alone.

Delsia Florez received an MCC relief kit after Hurricane Mitch struck Nicaragua and Honduras in late October 1998. Florez is pictured at her home in San Jeronimo, Nicaragua in 1999, with her children (from left) Preling Enriques, Noremi Enriques and Felixito Enriques (standing). MCC distributed relief kits and food to hurricane victims. (MCC photo/TonySiemens)

MCC began with an emergency relief response in southern Russia in the early 1920s that worked with Mennonites there in meeting the basic needs not only of Mennonites, but also of others facing famine. Seventy-eight years later, MCC joined Mennonite and Brethren in Christ churches and other partners in Central America in assisting victims of Hurricane Mitch, both members of Anabaptist churches and beyond—MCC’s partners included the Honduran Mennonite Church and its Proyecto MAMA project (today ACEM), CASM, Amor Viviente Choluteca, CADE, PRODEM, ADP and the Brethren in Christ church. MCC ended up sending over 50,000 relief buckets for distribution through these partners. Meanwhile, MCC organized more than 75 work-and-learn teams from Canada and the United States who went to Honduras and Nicaragua to accompany communities in the reconstruction effort.

As its work wound down, MCC commissioned an evaluation of its Hurricane Mitch response and highlighted multiple lessons.

First, MCC learned that Hurricane Mitch was not simply a “natural” disaster but was in fact a social and economic disaster. “The impact on people of this natural disaster depends much on the social and economic condition in which they lived,” the evaluation report observed, explaining that the conjunction of natural hazards and social and economic vulnerability compounded risks communities faced. MCC learned the importance of working with churches and community-based organizations in developing disaster preparedness plans.

Second, we learned that while MCC itself is not equipped to be a first-responder organization, churches and other local organizations can be well-positioned to provide immediate assistance, given their knowledge of local community contexts. Commitment to working through partnership, meanwhile, underscored the importance of supporting these local partners in developing disaster preparedness plans.

Finally, the Hurricane Mitch response highlighted a new role for churches in emergency response. “Now more than ever, the Church in general and specifically Christian base organizations are seen as actors of social change,” the evaluation report observed. Since Hurricane Mitch, Anabaptist churches in Central America have greater commitment to developing proactive responses to emergencies and creating local emergency committees that prepare for such disasters.

César Eduardo Flores Ventura is MCC Area Director for Central America and Haiti.


Barrios, Roberto E. Governing Affect: Neoliberalism and Disaster Reconstruction. Lincoln, NE: University of Nebraska Press, 2017.

Ensor, Marisa O. The Legacy of Hurricane Mitch:Lessons from Post-Disaster Reconstruction in Honduras. Tucson, AZ: University of Arizona Press, 2009.