[Articulos Individuales de la edicion de Intersecciones de primavera del 2019 se publican en este blog cada semana. La edicion completa puede ser encontrada en MCC’s website.]
¿Cómo ha afectado mi identidad la forma en que trabajo y apoyo a las iglesias y comunidades? De adentro hacia afuera, en el lugar de formación —una mujer creada, tejida en el vientre de mi madre. Nacida en un mundo que te grita tu identidad y trata de definirte antes de que seas personalmente consciente de tí misma, tuve que emprender un viaje en lo que llamo “confianza esencial”, sabiendo quién soy como hija amada de Dios, “hecha de manera formidable y maravillosa” (Salmo 139: 14).
Como hija mayor de un hogar de dos hijas, observé desde el principio la perspectiva del mundo exterior sobre nuestra familia. Mi padre era pastor y, a menudo, tenía discipulos varones que asumían que había un lugar vacío para un hijo. Muchos de ellos se lamentaban por mi padre, sugiriendo que algo estaba incompleto en su vida, en nuestras vidas, porque no había ningún varón en nuestra familia que aprendiera el arte del “negocio familiar”. Bueno, ¿son el ministerio, servicio y llamado una empresa familiar? Estos discipulos decían cosas como: “yo soy tu hijo, pastor. Enséñame, estaré a tu lado”. Era como si estuvieran en una misión de rescate del ministerio, llamado y dones de mi padre, los cuales podrían perderse porque no había ningún hombre a quien entregarle su ministerio. ¿Acaso mi hermana y yo no éramos lo suficiente?
Hubo una gran cantidad de prejuicios de género que absorbí y de los que también fui parte, tanto en mis propias proyecciones de mí misma como en las de otras mujeres Al crecer, mi hermana y yo nunca pensamos que seríamos líderes en la iglesia o en organizaciones afiliadas a la iglesia. Nuestro servicio en la iglesia sería como maestras de escuela dominical, líderes del grupo de alabanza o juvenil, y con eso estaríamos contentas. El pensamiento de tener algún papel de liderazgo en la iglesia nunca cruzó mi mente, ni nadie nunca nos preguntó ni nombró nuestros dones en relación con cargos que tradicionalmente estaban reservados para los hombres. A los veinte años, comencé a experimentar un cambio en los tipos de responsabilidades y servicios a los que me sentía llamada y atraída. ¿Cómo podrían estar viviendo estos llamados en mi piel —Pastor de Campamento, Director de Programa, Conferencista, Pastor Principal, Sobreveedor?
Un derramamiento vino a mi vida, un torrente de oportunidades. “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28). Mis dones, habilidades profesionales y experiencia abrían puertas y conducían a invitaciones para roles en mi contexto local que tradicionalmente habían sido ocupados y reservados para los hombres. Nuestras comunidades y culturas están tan profundamente arraigadas en la tradición, una tradición que, a menudo, se ha confundido con el Evangelio. Pero Jesús modeló el valor de las mujeres en todos los espacios a pesar de las costumbres, rituales y tradiciones de su época. Su amor activo se movió para sanar, restaurar, liberar y empoderar a las mujeres. A lo largo de los evangelios, Jesús escucha las voces de las mujeres y no las silencia. Ellas también formaban parte de su círculo íntimo. Las mujeres provocaron, inspiraron e incluso llenaron a Jesús con una gran compasión.
A medida que respondía a estos llamados, la forma en que había sido tejida comenzó a surgir gradualmente, revelándome como era antes de la aparente restricción de mi cuerpo. Como una niña en el útero, desarrollándose para luego poder ser libre y evolucionar, poco a poco descubrí que mis dones eran áreas de crecimiento, no de restricción.
Antes de esperar que las demás personas me acepten por lo que soy en mis diversos roles, tuve que admitir mi propio valor interior, sentido y propósito, y comprometerme con esas verdades diariamente. Las diferencias y género pueden ser espacios que deshacen fácilmente la confianza y causan un tirón interno en la autoestima. Si me dan la bienvenida y me reciben con alegría en todas partes, pero si internamente dudo de mi valor, entonces siempre seré sacudida emocionalmente por cada palabra de alabanza o indiferencia.
Durante esta temporada en mi vida, comencé a buscar mentoras, otras mujeres en puestos de liderazgo y pastorales que pudieran caminar a mi lado, compartiendo el viaje juntas. Uno de los espacios esenciales en esta área de desarrollo ha sido un grupo de mentoras: Mujeres Anabaptistas Radicales (RAW por sus siglas en inglés). Este grupo de mujeres apoya y asesora a otras mujeres a medida que disciernen el llamado, ministerio y servicio. Este grupo me ha ayudado en el viaje como una de las lideresas de Dios.
Incluso con estas mentoras de apoyo, todavía enfrenté desafíos al asumir roles de liderazgo. Por cerca de ocho años, mi esposo y yo fuimos co-pastores de la congregación que lideró mi padre. En una ocasión, la iglesia organizó un evento con un comediante cristiano. Debido a otra obligación, mi esposo no pudo asistir, así que yo estaba representándonos a los dos. Cuando el comediante llegó, me presentaron como la pastora. Durante su espectáculo, me senté en la primera fila y, cada vez que hacía algo que incluía la participación de la audiencia, se refería a mí como la “primera dama”. En muchas iglesias afroamericanas, el título de “primera dama” está reservado para la esposa del pastor. Sí, yo era la esposa del pastor, pero también era pastora. Después de la tercera vez que usó esta referencia, varios hombres y mujeres en la audiencia gritaron “¡PASTORA!”. Este hermano cristiano no podía ni quería reconocer mi papel pastoral; él solo podía verme desde una perspectiva. Él estaba encasillado y quería que yo también lo estuviera.
Nuestros espacios estrechos pueden convertirse en nuestros espacios de equipamiento. Hay una diferencia entre las fronteras sociales para el desarrollo y las fronteras impuestas de la opresión. Aprender a vivir en el quién y el cómo de mi identidad comenzó con abrazar una verdad fundamental en mi vida: estoy hecha de manera formidable y maravillosa, y Dios derrama su espíritu sobre toda la carne. Estas escrituras, entre muchas otras, se han convertido en una cubierta protectora de la verdad que he guardado en mi corazón y abracé con mi vida. He venido a un lugar de declaración personal. Esta misma verdad me obliga a ser amable con aquellos que intentan encasillarme en su definición de mi “yo”.
Hay momentos en que mi voz o contribuciones han sido minimizadas y rechazadas debido al género. He aprendido que mi valor y sentido como mujer no pueden definirse por las tradiciones impuestas por otros. El mantenerme arraigada en las palabras de Dios me ancla en espacios que históricamente me rechazan y minimizan. Ya sea que me consideren mujer, mujer negra, líder, madre, esposa, pastora, colega, amiga, hermana o vecina, ¡he sido formada de manera formidable y maravillosa!
Hyacinth Stevens es la coordinadora del programa de la Ciudad de Nueva York del CCM East Coast.
Aprende Más
McKenzie, Vashti. Not Without a Struggle: Leadership for African American Women in Ministry. Cleveland, Ohio: The Pilgrim Press. 2011.