Las iglesias que luchan por la justicia junto a los pueblos indígenas a veces
preguntan: “Cómo se vería la justicia?” La Declaración de las Naciones Unidas
sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (DNUDPI), yo diría, proporciona
respuestas a esa pregunta. La DNUDPI articula estándares mínimos para la
supervivencia, dignidad y bienestar desde el punto de vista indígena. Creada por
una comisión internacional de líderes indígenas para servir como un cuerpo
integral de políticas que podrían ser adoptadas por las naciones de la tierra, la
DNUDPI puede incorporarse a cualquier sistema nacional de leyes o políticas.
Aunque la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la DNUDPI en 2007,
la resolución no es jurídicamente vinculante para los estados miembros. Las
naciones individuales deben incorporarla en sus propias estructuras legales y
políticas para que sea vinculante. Si bien algunas naciones han tomado medidas
para hacerlo, Estados Unidos se ha resistido a adoptar las disposiciones de la
DNUDPI. Las iglesias de Estados Unidos que buscan justicia para los pueblos
indígenas, argumento yo, deberían presionar para que EE. UU. adopte las
disposiciones de la DNUDPI como una enmienda a la Constitución de EE. UU.
Las políticas históricas y actuales de EE. UU. hacia los pueblos indígenas sirven
como el telón de fondo de mi propia vida. Los líderes indígenas crearon la
DNUDPI porque muchos países, incluyendo el mío, no les han proporcionado la
supervivencia, dignidad o bienestar a los pueblos indígenas. Mi padre, un Pueblo
(Tewa), nunca conoció a su madre. Lo separaron de su pueblo al nacer en 1943.
Creció en un hogar para menores indios, sometido a abusos habituales, trabajos
forzados y desnutrición. Mi padre no fue una de las excepciones que pudo superar
sus condiciones. Como hija suya, crecí enfrentando abuso, falta de vivienda y
hambre. Al igual que muchos indígenas de mi generación, llegué a comprender mi
propia historia en la madurez, a través del proceso de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR) que tuvo lugar en Canadá.
Aprendí mucho sobre la CVR del Cacique Wilton Littlechild, a quien conocí en la
ciudad de Nueva York en una consulta de expertos del Consejo Mundial de
Iglesias en conjunto con el Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre
Cuestiones Indígenas. El Cacique Littlechild, un ex miembro del parlamento
canadiense participó como uno de los tres comisionados de la CVR. Alrededor de
una docena de personas nos sentamos en un espacio pequeño, en el Centro de la
Iglesia para las Naciones Unidas, en una sala lo suficientemente grande como para
únicamente caber la mesa de conferencias en su centro. Atleta de toda la vida,
Wilton (conocido por sus amigos como Willie) es un hombre alto y musculoso con un porte orgulloso. Llenó la habitación, empequeñeciendo el entorno. Aunque habló en voz baja, el resto de las personas nos quedamos estupefactas por su presencia y poder de sus palabras.
Willie comenzó contándonos sobre las pieles y botas hechas por las madres y padres de las niñas y niños de su pueblo natal para proteger sus pequeños cuerpos del invierno en el extremo norte. Los administradores de las escuelas decomisaron y quemaron estas pieles y botas cuando separaban a los menores de sus familias llevándoles a vivir en escuelas residenciales obligatorias. Los líderes de las escuelas residenciales consideraron que estas ropas, cariñosamente hechas a mano, eran las prendas de los salvajes, reemplazándolas con abrigos de tela y zapatos, inadecuados contra los duros inviernos. Los maestros cortaron las trenzas de las cabezas de los niños indígenas. Los administradores escolares separaron a vecinos e incluso a hermanos. Les prohibieron a las niñas y niños indígenas hablar sus idiomas tribales, infligiendo castigos corporales a quienes violaban esta norma. Los maestros se burlaron y prohibieron las prácticas espirituales indígenas.
Todo esto ya lo sabía. Pero la imagen visual de los abrigos y botas apilados presentada por el Cacique Littlechild me helaba. Willie explicó que estas niñas y niños sabían a nivel visceral que estaban siendo despojados de su comodidad y protección. Mientras hablaba, me imaginé las pilas de ropa de abrigo amontonadas junto a hileras de menores expuestos, humillados y temblando en sus ropas occidentales. Muchos no volverían a ver a sus familias hasta que cumplieran los 18 años, y cuando lo hicieran, no podrían comunicarse con sus madres y padres, porque les habían condicionados a hablar solo inglés. Ahora carecerían de las habilidades para sobrevivir en sus comunidades nativas. Willie vivió esto él mismo. Había visto arder sus propias botas de cuero y piel, las que su madre le había hecho. Dolió ver la aflicción de un hombre grande e imponente, líder de su pueblo, cuando describió una infancia de abuso y privaciones en manos del estado.
Willie luego comenzó a describir los miles de testimonios que había presenciado como comisionado de la CVR. Recitó el número de niñas y niños que había muerto en escuelas residenciales. De desnutrición. De agotamiento y exceso de trabajo. De lesiones corporales por abuso. De la gripe y otros virus no tratados adecuadamente. De negligencia criminal. Muchas veces, los administradores escolares no informaron a las madres y padres que sus hijos habían muerto. Incluso cuando fueron informados, la escuela no les entregó los restos de sus hijas e hijos. La CVR se dedicó al trabajo macabro de buscar miles de cuerpos pequeños enterrados en tumbas sin nombre en los terrenos de las escuelas residenciales.
La voz de Willie se quebrantó cuando describió testimonio tras testimonio de hombres que se levantaban y explicaban que ellos nunca habían hablado de lo que les había sucedido en las escuelas residenciales. Sus historias de horror se habían podrido dentro de ellos. Muchos creyeron que sus madres y padres vendrían a buscarlos y se amargaron esperando. Aquellos que intentaban huir fueron atados a sus camas y golpeados más severamente por cada intento. Una y otra vez, Willie escuchó a padres y madres explicar que nunca les habían dicho a sus hijas e hijos: “te amo”, porque se habían vuelto incapaces de sentir o expresar amor. Otros explicaron cómo habían lastimado a sus propias hijas e hijos, ya fuera por la rabia constante con la que siempre andaban o con distancia emocional. Los testigos de la CVR compartieron sobre sus dificultades con el abuso de sustancias y depresión. Muchos lloraban abiertamente, incapaces de controlar lo que nunca se había dicho antes, sollozando tan fuerte que no podían hablar.
Willie hablaba suavemente en esa pequeña habitación, pero el volumen de sus historias era ensordecedor. Lloré incontrolablemente. Quería salir corriendo de la habitación, y probablemente lo habría hecho si hubiera tenido el espacio para maniobrar alrededor de la incómoda mesa de conferencias. Yo quería cubrir mis oídos. Por primera vez, entendí mi propia historia claramente. Mucho de lo que Willie compartió del testimonio de los sobrevivientes —el abuso, abandono y crueldad transmitidos a las niñas y niños—fue la experiencia de mi infancia. Y entendí por primera vez que mi sufrimiento y el sufrimiento que mi padre había soportado al crecer huérfano en un “hogar de niñas/niños” religioso fueron los resultados de la política interna de EE. UU.
La mayoría de estadounidenses desconocen la historia de los internados obligatorios para niñas y niños indígenas en los Estados Unidos. Las hijas e hijos de madres y padres indígenas fueron sacados por la fuerza como una cuestión de política nacional, con el gobierno federal pagando denominaciones cristianas para llevar a cabo la tarea de civilizar y asimilar a las niñas y niños indígenas. Se creía que el trabajo de cristianizarles era la mejor manera de liberarles de sus identidades indígenas. Los internados en Estados Unidos existieron hasta la década de 1990: como resultado, muchos indígenas de mi edad y mayores crecieron en internados. La mayoría de las personas de mi edad y mayores en la reserva de Yakama, donde vivo, crecieron en internados, perdurando una infancia sin esperanza.
A menudo oigo a las cristianas y cristianos colonos que buscan justicia para los pueblos indígenas preguntar: “Pero ¿qué podemos hacer?”. Mi respuesta: Las iglesias en Estados Unidos y Canadá deben presionar a sus gobiernos para que adopten las normas mínimas para el respeto de los derechos indígenas establecidas por los pueblos indígenas en la DNUDPI. Canadá y EE. UU. fueron dos de los cuatro países que inicialmente votaron en contra de la resolución cuando se aprobó la DNUDPI. Mientras que Canadá eliminó su condición de objetor a la resolución en 2016 y Estados Unidos, bajo la administración de Obama en 2011, señaló su apoyo a DNUDPI, los dos países no han adoptado las normas mínimas de DNUDPI en sus leyes. Somos sociedades de leyes. Si queremos cambiar nuestro contexto, lo podemos hacer en nuestras democracias, cambiando nuestras leyes. ¿Cómo serían nuestros países si optáramos por incorporar los estándares mínimos de la DNUDPI para reconocer los derechos indígenas en nuestros sistemas legales? Como institución con autoridad moral, la iglesia está llamada a abogar por la justicia. Presionar a los gobiernos de Canadá y EE. UU. para que adopten las disposiciones de la DNUDPI es una forma esencial de seguir el ejemplo y rendir cuentas ante las comunidades indígenas.
Sarah Augustine es la Directora Ejecutiva del Centro de Resolución de Disputas de los condados de Kittitas y Yakima en el estado de Washington y profesora adjunta de sociología en Heritage University. Descendiente de la gente Pueblo, preside el comité de estructuras de la Coalición Anabautista para Desmantelar la Doctrina del Descubrimiento.
Aprende mas
La Coalición del Desmantelamiento de la Doctrina del Descubrimiento, un movimiento de base anabautista, tiene una gran cantidad de información sobre la Doctrina del
Descubrimiento disponible en www.dofdmenno.org.
Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas. Disponible en: https:// www.un.org/development/desa/ indigenouspeoples/declaration-on-the-rights-of-indigenous-peoples.html
Para más información sobre las escuelas residenciales indígenas en Canadá y la CVR, vea los informes del National Centre for Truth and Reconciliation disponibles en inglés en: www.nctr.ca
La Oficina de Washington alienta a los legisladores a promulgar leyes que reconozcan y aborden las injusticias (tanto históricas como actuales) hechas a los pueblos indígenas de esta tierra. En la actualidad, esto implica proteger las reservas contra los disturbios ambientales, como muros fronterizos y oleoductos, y preservar los monumentos indígenas. Para tomar medidas, regístrese para recibir alertas de acción de parte del CCM en http://org2.salsalabs. com/o/5764/signup_page/ signup.